Porque en “El Nudo” –la última novela de Rodrigo Soto- los hilos de la vida se van enredando sin que sepa uno, muy bien, a partir de cuándo. Y, mucho menos, cómo desenredarlos. La propuesta está explícita casi al final, cuando Johnny recuerda lo ocurrido en el primer asalto bancario de la banda que ahora lidera. Se había convertido en jefe de un grupo de asesinos. “Si alguien le hubiese preguntado si las cosas pudieron suceder de otro modo, habría respondido que no”, dice el narrador. La novela se construye con el destino de tres personajes –Luis, Jaime y Johnny– que se cruzan al día siguiente de Nochebuena sin saber que, desde hace mucho, los hilos de su vida estaban hecho un nudo. Es la historia de ese nudo lo que la novela nos va a contar... Luis era el más metódico, calculador, sabía dónde quería llegar. Desde que ingresó a la red internacional de narcotráfico supo que ese era el camino que el destino le puso para alcanzar sus objetivos. Jaime iba directo al abismo, pero sabía también que no lo podía evitar. Se hizo drogadicto. Los tres no eran más que muchachos recién salidos de la segundaria cuando se fueron a una playa remota, a divertirse unos día. Allí encontraron los paquetes de cocaína. El detalle me parece importante, porque le da un cierto tono de crónica a la novela, si nos acordamos del hecho real ocurrido hace unos años en Cuajiniquil, donde llegaron flotando los paquetes de cocaína abandonados por los traficantes en el mar. Ese “amarre” a una historia real se complementa con el escenario elegido para ubicar la historia: Sabana norte, el colegio Saint Clare… Todo esto le da, desde el inicio, un tono testimonial, de “crónica” de una generación. Los personajes son personajes de un escenario familiar, lo que, de algún modo, nos hace a todos parte de la historia.
Fragmento de la reseña de Gilberto López en la web Mundicia