Es medianoche en cualquier ciudad del mundo y la mujer frente a nosotros se quita los tacones. Hay mucho que decir, pero todo se reduce a los minutos que pasan mientras cae el resto de su ropa. En el espejo alguien mira, se desnuda, intenta hacer de este momento un acto interminable. Aquí nacen los libros, las cartas, las mesas de juego; el abecedario, el cálculo, lo imposible. Es medianoche en cualquier ciudad del mundo y la mujer que nos mira rehace con sus pasos todo lo tangible en esta habitación: la cama, la poesía, los cuerpos del pasado debajo de la colcha, observando en roce de las sábanas. Esta mujer que es una y es parte de todas las que, en este instante, están bajando la cremallera a su vestido. Esta mujer como el cielo, el mar, el viento que te traspasa y la noche. Esta mujer que no necesito escribir para saber que las palabras está siempre en el aire, en la boca, en el dorso húmedo de la espalda. Es medianoche y esta mujer no está sola. Escribe y nos hace temblar en cualquier ciudad del mundo.
Palabras de William Eduarte Briceño