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LOS OJOS DEL ANTIFAZ (1999). Adriano Corrales Arias. ISBN: 9968-984-655

David debe superar las condiciones de campesino en un San José que (por falta de información adecuada) se cree ciudad, cuando el mundo latino está lleno de ciudades de provincia que van de dos a diez veces más grandes que nuestra capital. Con solo pensar en Guadalajara, Mendoza o Bahía, ya se sabe que no está, o al menos no ha estado, en términos de ufanarse de alto urbanismo. Por tanto, nuestro muchacho debe enfrentarse al choteo urbano-campesinoide de San José. Su segunda prueba o antifaz es la ideología, una vez matriculado en la U. Ahí debe no solo aprender ideas nuevas sino también confrontarlas con las propias, para luego asumir una nueva dialéctica. Su tercer antifaz es el de la infancia. No un antifaz propiamente, sino una manera de ver el mundo que lo han de cuidar y confortar en los momentos más graves. O como dijo alguna vez un poeta italiano: la infancia es también una patria. Su cuarto antifaz es el de los más difíciles. ¿Ir a la guerra o quedarse en casa para contarle a los nietos, aunque sea vía satéltite, cómo fue aquel “vergueio contra Somoza”? Su quinto antifaz. La derrota personal. Darse por fin cuenta que detrás de cada capitán, detrás de cada Somoza viene otro Próspero, por lo que Corramos aquí— para parafrasear al maestro Donoso— un delicado velo de pudor y no se diga más del tema. Pues si el oyente quiere más, lo invitamos cínica y cordialmente a que se convierta en lector. El sexto antifaz. El contraste entre un fuerte café en La Habana y un friísimo vodka a las orillas del Neva, en San Petersburgo, Rusia. El séptimo antifaz. El reencuentro con un compa cercano del pasado y el balance, sucio y limpio de todo lo que se hizo. El octavo antifaz. La pasión por las mujeres cuyo nombre empiece con L. Primero Laura y Luego Lucía, personaje central en esta novela. Luego, en su novela “continuación” de esta, llamada Balalaika en clave de son, aparece Lina, para finalmente devenir en Leda, la esposa real, no del narrador, sino de autor Corrales. Y bueno, a cada cual con sus lindas perversiones. El hecho es que el joven personaje debe escoger entre el arma de fuego (nos referimos a su hermosa compañera) y la otra arma de fuego (nos referimos ahora a la que quita la vida y nunca la repone). Las consecuencias son desastrosas para los pequeños restos que le quedan de inocencia.
Fragmento de la reseña de Alexánder Obando en el blog El Más Violento Paraíso
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